Hay bandas que hacen música. Y hay bandas que hacen historia.
Soda Stereo hizo ambas cosas mientras se vestía de terciopelo, escribía poesía disfrazada de pop y nos enseñaba que “nada personal” podía doler más que cualquier te amo.
En una Buenos Aires entre sombras, dictaduras y guitarras desafinadas, tres chicos —Gustavo Cerati, Zeta Bosio y Charly Alberti— se cruzaron con una misión no escrita: romper el sonido del silencio latinoamericano y convertirlo en un “signo” de algo más grande.
¿Sabías que Soda empezó tocando en fiestas donde la gente no entendía las letras, pero igual terminaba bailando como si el mundo se fuera a acabar? Gustavo obsesionado con los sonidos, Zeta con su bajo afilado, y Charly golpeando los tambores como si cada golpe fuera un conjuro. Y lo era.
En 1984 lanzaron su primer disco. Era como si “vitaminas” musicales se metieran en el cuerpo y te hicieran sudar libertad. Pero fue con Signos, Doble Vida y Canción Animal donde Soda se volvió leyenda: ya no eran solo una banda argentina. Eran un “zoom” emocional a lo que sentía toda una generación.
Y entonces llegó «Cuando pase el temblor». El tema que convirtió el rock en un ritual prehispánico, un exorcismo en pleno siglo XX. Nadie había escuchado algo así. Cerati no cantaba: invocaba.
Anécdota real: en un concierto en México, durante «Prófugos», se fue la luz en pleno clímax. La gente —en vez de callarse— cantó la letra entera a capela, con lágrimas, puños al aire y el alma en carne viva. Cerati los escuchó, se quedó en silencio y soltó una sonrisa que decía más que mil palabras. En ese instante, Soda dejó de ser banda y se convirtió en liturgia.
Pero no todo era épico. También dolía. En «Trátame suavemente» nos mostraron que el amor era frágil como una copa vacía a las 3AM. En «Ella usó mi cabeza como un revólver», nos dispararon directo al pecho con una verdad que muchos vivieron, pero nadie supo cómo cantar.
Y cuando en 1997 dijeron adiós, lo hicieron con un “Gracias… totales” que resonó como un latido colectivo. Una despedida que no cerraba puertas, sino que abría una eternidad.
Gustavo se fue en 2014, pero no se fue del todo. Está en cada guitarra que se atreve a sonar distinto. En cada alma que, perdida en la ciudad de la furia, busca sentido entre neones y recuerdos.
Porque Soda Stereo no fue solo música.
Fue salvación. Fue refugio. Fue espejo.
Y sigue siendo eso. Porque hay bandas que pasan, pero Soda… Soda explota cada vez que alguien le da play.
Y tú, que estás leyendo esto, ¿vas a esperar a que pase el temblor para volver a escuchar a Soda? Dale play. Vuelve. Flotá. Y recordá que lo que sentimos por esta banda… no es nada personal. Es eterno.
¡Gracias…Totales!

FUENTE: REDES